Muchas personas y empresas confunden creatividad e innovación. Son dos cosas muy diferentes. La creatividad consiste en pensar cosas nuevas, en imaginar cosas nuevas. La innovación, sin embargo, es hacer cosas nuevas. Muchas personas y muchas empresas tienen una gran creatividad, pero muy poca innovación.
Se suele creer que la creatividad acaba siempre en innovación. Esto es falso. La mayor parte de las ideas se quedan muertas sin que se conviertan en realidades. Las ideas en sí mismas no sirven para nada. Pasar las ideas a acciones es lo que conlleva un esfuerzo, un gasto de energía, una persistencia, que no todo el mundo está dispuesto a aceptar. La creatividad que no acaba en acción es una pérdida de tiempo.
Hacer un brainstorming, una tormenta de ideas, es lo más fácil del mundo. Es una técnica que se puso de moda hace treinta años y que todavía se sigue usando en muchísimas empresas. Se reúne a un grupo de persona y se les pide que generen ideas libremente sobre algo. Cada nueva idea genera una nueva cadena de ideas hasta que se llega a la idea genial. Eso es fácil, no tiene ningún secreto. Lo realmente difícil es lo que viene a continuación, conseguir que la idea se convierta en acción, conseguir que alguien asuma esa idea y se ponga a trabajar sobre ella hasta convertirla en algo real.
Los niños son creativos e innovadores. Los adultos seguimos siendo creativos —a todos se nos ocurren de vez en cuando ideas geniales—, pero dejamos de ser innovadores. La persona que usa su inteligencia convierte la creatividad en innovación, como el niño que imagina una bonita cabaña mientras la construye con cuatro tablas. Los niños no se quedan sólo con la idea, la plasman en algo que se puede tocar.
A mi sobrino Mikel le encanta trabajar con sus manos. El otro día me fijé cómo era capaz de crear e innovar al mismo tiempo. Había ideado hacer un pequeño carromato al que él pudiera subirse y deslizar por una cuesta. Miró qué materiales tenía: un triciclo roto, una bañera vieja de bebe, varias maderas, clavos, alambres y cinta de embalar. Mientras imaginaba cómo construir su juguete comenzó a hacer. Le pidió a su padre que le hiciera algunos agujeros con un taladro, imaginando dónde tenían que estar esos agujeros, y después montó toda la estructura que ya tenía imaginada en su cabeza. Tras algunos retoques, el carromato estaba acabado y terminado en dos días. Mikel, como todos los niños, crea y actúa al mismo tiempo. A Mikel no le funcionó su invento a la primera: el carromato se volcaba, se bloqueaban las ruedas, perdía la dirección. Mikel fue introduciendo mejoras al mismo tiempo que las pensaba. Creatividad e innovación, o van de la mano, o no sirven para nada.
A medida que crecemos, dejamos de innovar. Lo que da un sesgo de inteligencia a algo es hacer que creatividad e innovación sean una misma cosa. Personas y empresas son innovadoras al principio, y después dejan de serlo.
¿En qué fuiste innovador y después dejaste de serlo? ¿Podrías retomar ese aspecto innovador de tu vida que abandonaste hace años?
Fuente: http://www.ricardoros.com/blog/
Se suele creer que la creatividad acaba siempre en innovación. Esto es falso. La mayor parte de las ideas se quedan muertas sin que se conviertan en realidades. Las ideas en sí mismas no sirven para nada. Pasar las ideas a acciones es lo que conlleva un esfuerzo, un gasto de energía, una persistencia, que no todo el mundo está dispuesto a aceptar. La creatividad que no acaba en acción es una pérdida de tiempo.
Hacer un brainstorming, una tormenta de ideas, es lo más fácil del mundo. Es una técnica que se puso de moda hace treinta años y que todavía se sigue usando en muchísimas empresas. Se reúne a un grupo de persona y se les pide que generen ideas libremente sobre algo. Cada nueva idea genera una nueva cadena de ideas hasta que se llega a la idea genial. Eso es fácil, no tiene ningún secreto. Lo realmente difícil es lo que viene a continuación, conseguir que la idea se convierta en acción, conseguir que alguien asuma esa idea y se ponga a trabajar sobre ella hasta convertirla en algo real.
Los niños son creativos e innovadores. Los adultos seguimos siendo creativos —a todos se nos ocurren de vez en cuando ideas geniales—, pero dejamos de ser innovadores. La persona que usa su inteligencia convierte la creatividad en innovación, como el niño que imagina una bonita cabaña mientras la construye con cuatro tablas. Los niños no se quedan sólo con la idea, la plasman en algo que se puede tocar.
A mi sobrino Mikel le encanta trabajar con sus manos. El otro día me fijé cómo era capaz de crear e innovar al mismo tiempo. Había ideado hacer un pequeño carromato al que él pudiera subirse y deslizar por una cuesta. Miró qué materiales tenía: un triciclo roto, una bañera vieja de bebe, varias maderas, clavos, alambres y cinta de embalar. Mientras imaginaba cómo construir su juguete comenzó a hacer. Le pidió a su padre que le hiciera algunos agujeros con un taladro, imaginando dónde tenían que estar esos agujeros, y después montó toda la estructura que ya tenía imaginada en su cabeza. Tras algunos retoques, el carromato estaba acabado y terminado en dos días. Mikel, como todos los niños, crea y actúa al mismo tiempo. A Mikel no le funcionó su invento a la primera: el carromato se volcaba, se bloqueaban las ruedas, perdía la dirección. Mikel fue introduciendo mejoras al mismo tiempo que las pensaba. Creatividad e innovación, o van de la mano, o no sirven para nada.
A medida que crecemos, dejamos de innovar. Lo que da un sesgo de inteligencia a algo es hacer que creatividad e innovación sean una misma cosa. Personas y empresas son innovadoras al principio, y después dejan de serlo.
¿En qué fuiste innovador y después dejaste de serlo? ¿Podrías retomar ese aspecto innovador de tu vida que abandonaste hace años?
Fuente: http://www.ricardoros.com/blog/
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